La banda de rock psicodélico, The Brian Jonestown Massacre, regresa a la Argentina para presentarse a fin de año.
El conjunto se presentará el 2 de diciembre en el C Art Media.
Las entradas se pondrán a la venta a partir del lunes 4 de agosto a las 10 de la mañana en la web de Passline en este enlace.
“Hago música porque tengo que hacerlo. No es una elección, es una compulsión”, confesó Anton dejando claro que para ellos crear es tan necesario como respirar. “La música es la única forma en que puedo expresar lo que siento de verdad”, agregan, reivindicando la autenticidad como esencia de su arte: “Siempre creí en la autenticidad. Si no sos honesto con vos mismo en tu arte, ¿quién lo será?”.
Su música, lejos de modas y fórmulas de mercado, nace de una necesidad interna. “El arte debe ser honesto, directo, sin compromisos” y “no me importa lo que piensen los demás. Si me gusta a mí, eso es lo que importa”, aseguran. Rechazan los atajos y las tendencias: “No sigo tendencias. Las tendencias son para la gente que no tiene ideas propias. La verdadera música no tiene fecha de caducidad. Es atemporal” y “siempre he intentado hacer música que pudiera sonar bien dentro de 50 años”.
El proceso creativo es casi místico. “Crear es una necesidad. Es una forma de darle sentido al caos”, explican. Cada canción surge como un hallazgo: “Cuando escribo una canción, es como si ya existiera en algún lugar y yo solo la estuviera descubriendo. El proceso de grabación es mágico. Es donde las ideas se convierten en algo tangible”. Su camino es una búsqueda interminable: “Siempre estoy aprendiendo. La música es un viaje sin fin” y “siempre estoy en busca del sonido perfecto, aunque sé que nunca lo encontraré. Es la búsqueda lo que importa”.
Para ellos, la música está hecha para conmover: “La belleza de la música está en su capacidad para conmover el alma”. El corazón prevalece sobre la técnica: “Los instrumentos son solo herramientas. La verdadera música viene del corazón y del alma. La repetición en la música puede ser hipnótica, una forma de llegar a un estado diferente de conciencia”.
Lejos de aspiraciones materiales, hacen música para sentirse vivos: “No hago música para ser rico o famoso. Hago música porque me hace sentir vivo. Mis canciones son mis hijos. Los cuido, los dejo crecer y los comparto con el mundo” y “cada disco es un capítulo de mi vida, una instantánea de quién soy en ese momento”.
Su relación con la industria está marcada por la desconfianza. “La industria musical es un negocio sucio. Siempre ha sido así”, afirma. “No estoy acá para complacer a las discográficas o a los críticos. Estoy aquí para hacer mi arte” y “el éxito, tal como lo define la industria, es una distracción. El verdadero éxito es hacer la música que quieres hacer. Nunca me vendí. Eso es lo más importante. Mantener tu integridad”. Y sobre la fama, son tajantes: “La fama es una prisión. No la deseo”.
Esta postura les ha valido cierta distancia del mainstream, pero no los aparta de su propósito: “Es difícil navegar por este mundo sin comprometerte, pero es posible” y “la gente se olvida de que la música es arte, no solo un producto”. En su experiencia, “lo único que me importa es la música. Todo lo demás es ruido” y “mi objetivo no es ser famoso, es ser libre para crear”. Incluso reivindican la esencia rebelde del género: “El 'rock and roll' no es sobre las drogas o las fiestas; es sobre la libertad y la rebelión”.
Su música también es un espejo del mundo que los rodea: “Vivimos en un mundo de locos. Mi música es un reflejo de eso. La vida es una mierda, pero también es hermosa. Tenés que aceptar ambas partes” y reconocen que “la única constante en la vida es el cambio”. Su inspiración brota de la observación: “Siempre estoy observando, absorbiendo. El mundo es una fuente inagotable de inspiración”.
Al final, su filosofía vital se resume en una frase: “No tengo miedo a morir. Tengo miedo a no vivir."
