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5 millones en la calle, teléfono para los que viven dentro de Twitter 

La conducción política es un arte pero la conducción de la alegría, cuando la política está inhibida, es un milagro.

Viernes, 23 de diciembre de 2022 a las 12 01,

Por Cynthia García y Pablo Di pierri

Esta semana la calle fue una fiesta inconmensurable otra vez: los argentinos y argentinas colmaron avenidas y autopistas por donde se suponía que pasaría el plantel de la Selección Argentina de Fútbol campeona en Qatar con un fervor inigualable para cualquier otra esfera de la vida.

Contra la falta de planificación gubernamental para que el micro descapotable desfilara por la 9 de Julio o llegara a la Casa Rosada, la sociedad tuvo la madurez de congregarse apasionada y felizmente sin cordones policiales. Una estatalidad reducida al mínimo, encarnada por funcionarios que repetían en off lo que reproducían los conductores de TV o lo que se vomitaba en Twitter, propició la emergencia de la celebración como la manifestación de una alegría autonomizada con respecto a la política, complaciente con los discursos de los que reniegan de ella.

Desmadejar este ovillo podría ser una tarea importante porque sus nudos amarran algunas contraseñas ideológicas de esta época y están hechos con las miserias de siempre. Las refriegas internas del Frente de Todos no estuvieron ausentes y la perversión y la irresponsabilidad del gobierno de Horacio Rodríguez Larreta quedaron expuestas hasta en el mensaje del titular de la AFA, Chiqui Tapia, quien ponderó la labor de Sergio Berni dejando al descubierto la inacción de la Policía de la Ciudad.

El mensaje político del Chiqui Tapia

Es cierto que una reflexión sobre el color o la densidad de la espuma en una jornada cargada de emociones plebeyas pareciera no tener sentido. ¿Quién se hace preguntas sobre el peligro político de lo que pasó ayer cuando casi 6 millones de personas fueron marea, jolgorio y furor coreando canciones de campeón?

Sin embargo, hay una novedad insoslayable que se vincula a ciertos signos de esta etapa histórica. El fútbol solía ser un terreno más donde se tramitaban narrativas políticas pero el volumen de dinero que desde hace años mueve este deporte ha derivado aceleradamente en la emancipación de este deporte de los controles estatales. Aunque la pelota no se manche, la FIFA pesa más que el Vaticano.

No se trata solamente de la reticencia de Messi y sus muchachos a fotografiarse con Alberto Fernández o saludar en el aeropuerto al ministro del Interior, Eduardo Wado De Pedro. Ese aspecto es la comidilla de cronistas presos de la avidez por llenar páginas con letra muerta. La ausencia del equipo de Lionel Scaloni en el mítico balcón de la Casa Rosada resulta un desenlace inesperado para la tradición política: el guion épico que se vino ponderando desde el triunfo junto a Francia tuvo un giro inesperado y habilita, tal vez, la vanidad y el orgullo resentido de quienes vociferan que el fútbol dejó en off-side al peronismo en el gobierno o que Messi escapó a la grieta mejor que el Papa Francisco.

Alberto sobre la no visita de los jugadores

Hay otro detalle importante a subrayar: ningún actor del sistema político previó la descomunal afluencia de la multitud. Punto para los que advierten que hay una vibra social que la dirigencia no lee ni atiende o no entiende por mirarse permanentemente el ombligo. Aunque sea cierto que la movilización registra una masividad sin precedentes y que no debe ser fácil disponer un operativo que encauce el festejo, si los funcionarios tuvieran la oreja más pegada al suelo hubieran escuchado el temblor de la tierra por el triunfo de la albiceleste en Lusail y hubieran reaccionado con la planificación de cordones que ordenen el carnaval para un disfrute más cuidadoso y resplandeciente a la vez.

La querella entre la AFA y el Poder Ejecutivo no debiera ser excusa. Que Tapia y los jugadores definan si quieren ir a Plaza de Mayo o prefieren el Obelisco no significa que el Estado deba retirarse. Por más obtuso que parezca alguno, no hay lugar para que un gobierno delegue o suspenda su capacidad de intervención pública.

En definitiva, la ceremonia a cielo abierto de los campeones con su pueblo dejó en claro una vez más que el corazón de la Argentina no está en el mármol de ningún palacio sino que late al compás de la pelota. Pero una cosa es el sentimiento de la hinchada y otra cosa es que el Estado se derrita al sol en la tribuna.

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