|

Ichiko Aoba en Argentina: la artista que enamora al mundo con su sensibilidad llega al país

Mañana la cantante japonesa pisará por primera vez suelo argentino y llegará con todo su repertorio cargado de composiciones mágicas que llegan al corazón.

Miércoles, 26 de noviembre de 2025 a las 15 35

Por Cristopher Martínez

Miércoles, 26 de noviembre de 2025 a las 15:35

Una de las vocalistas y multinstrumentistas más importantes de Japón de los últimos años, Ichiko Aoba, se presentará por primera vez en nuestro país en lo que será una noche soñada para los amantes de la sensibilidad y la perfección sonora.

La artista tendrá su debut en Argentina mañana jueves 27 de noviembre en el Teatro El Nacional Sancor Seguros, ubicado en Avenida Corrientes 960.

Ya se comenzaron a vender las últimas entradas para este inolvidable recital en la web de Plateanet en este enlace.

 

Desde sus primeros recuerdos, Ichiko Aoba siente que su mundo empezó por el oído. Contó que “desde que era chica me encantaba escuchar los sonidos de los electrodomésticos y la vajilla”, y que “solía tocar en mi pianito de juguete la música que escuchaba en la tele”. Su casa estaba atravesada por una sensibilidad particular: “mi mamá trabajaba para Disney, así que en mi casa había muchas películas de Disney. Estuve muy expuesta a la música de Disney y también amaba la música de Ghibli”. Ese universo moldeó la curiosidad que, años después, la llevó a decir simplemente: “empecé a componer cuando tenía unos 17 años”.

Un pilar fundamental fue su mentor. Ella misma lo define: “tengo un mentor, un cantante que toca una guitarra clásica de ocho cuerdas, llamado Anmi Yamada”. Primero imitó, después encontró su voz: “amaba hacer covers de sus canciones, y cuando pude tocar sus canciones más o menos bien, él me animó a escribir las mías”. Aoba recuerda esa etapa como un despertar constante: “mi mentor me enseñó muchísima música. Django Reinhardt y Taeko Ohnuki. Hasta hoy me inspira siempre la belleza de las melodías de Taeko Ohnuki”.

No todo fue seguridad. Admitió: “siento una especie de inferioridad porque no puedo cantar fuerte. Al principio me conformaba con solo tocar la guitarra”. Pero entre insistencias y elogios, terminó creyéndolo: “como mi mentor me insistió para que cantara, y la gente alrededor me elogiaba, empecé a sentirme segura de que era cantante”. Ese descubrimiento guió su forma de crear, siempre conectada con lo vivido: “para mí es importante que sea no ficción. Incorporo lo que viví de manera creativa, sea algo divertido o triste”. Incluso definió ciertos procesos como rituales: “era como un misogi, una ceremonia de purificación”. Y aunque haya dolor, sostiene que “si cavás más hondo, hay algo para agarrar. Es la misión del creador levantar eso y traerlo de vuelta”.

Su música empezó de manera simple: “al principio era una guitarra clásica, mi voz y el baño”, un pequeño refugio que todavía siente como propio. La entrada al estudio fue más intimidante que romántica: “me intimidaron mucho un micrófono posta y las consolas enormes. No me gustaba grabar”. Todo cambió con un encuentro crucial: “en 2013 conocí a un ingeniero llamado zAk y eso cambió completamente esa sensación. Se volvió algo que amo”. Él le enseñó a pensar el espacio de otra manera, porque “dependiendo de la canción o del clima de ese día, cambiaba los micrófonos, cables y la disposición del cuarto”, y también le mostró que lo esencial es “estar totalmente relajada, como si estuviera durmiendo”.

Con el tiempo, el piano abrió nuevos horizontes: “tiene un rango tan amplio que puedo tocar como si estuviera bailando. Me muestra paisajes nuevos”. Y trabajar con otros fortaleció su identidad: “al mezclarte con otros, pueden nacer talentos nuevos”, aseguró, al mismo tiempo que aceptó su sello personal: “no puedo escapar de mi originalidad constante, pero puedo ser un ingrediente que se cocina en cualquier cosa”.

Su vida cotidiana está atravesada por gestos mínimos: “lo primero que hago a la mañana es hacer gárgaras y tomar mucha agua”, contó, y sumó que “a veces riego las plantas y toco el piano al pasar”. El agua, para ella, es casi un lenguaje: “pienso en el agua todo el día, y como el agua, la música está dentro de mí”.

Buena parte de su sensibilidad creció también en islas japonesas donde “aprendimos sobre sus tradiciones, su vida y su ecosistema”. Allí encontró rituales, melodías y una figura que le fascina: “esta es la diosa de la cosecha. Es una mujer, una deidad llamada Miruku”. Todo ese mundo visual y espiritual desemboca en su proceso final: “para mí, hacer música no es el primer paso. Primero creo la historia. Hacer garabatos es parte de crear la imagen de la historia”. Y cuando esa historia respira, recién ahí piensa: “quizás quiera convertir esto en algo…”, y lo transforma en música.

Para Ichiko, la creación es simple y a la vez infinita: “hacer música es una lucha, pero esa lucha es parte de la alegría”.

Últimas noticias