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Un balance del año imposible

El 10 de diciembre de 2019 nadie podía imaginar lo que estaba por venir. Con aciertos y errores, la gestión de la pandemia nos indica dos cosas: seguimos remando en uno de los años más difíciles para la humanidad, pero el que viene necesariamente tiene que ser mejor.
Domingo, 27 de diciembre de 2020 a las 13 17,

Por Ezequiel Escuchuri

Domingo, 27 de diciembre de 2020 a las 13 17,

"Si alguien no sabe por qué llega, es probable que no sepa por dónde ir", lanzó en el acto de fin de año del Frente de Todos la vicepresidenta, Cristina Kirchner. Para hacer un balance de la gestión la ecuación es similar: si no sabemos por qué llegamos hasta acá, es probable que no sepamos cómo juzgar. 

El 10 de diciembre de 2019 Argentina ya tenía suficientes problemas: cuatro años de derrumbe de la economía, de endeudamiento, de pérdida de empleo y del poder adquisitivo. El macrismo había logrado desoír sus promesas de campaña por completo: no sólo quitó gran parte de los buenos cimientos que dejaba el kirchnerismo, sino que además empeoró todo lo malo. El slogan "poner a la Argentina de pie" es previo a las noticias desde Wuhan. 

El 2020 arrancó con la vorágine de esos primeros años de gestión, con aires reformistas y conciliadores. La pandemia atacó esa idea, postergó proyectos y generó, además de un desafío social, sanitario y económico, un nuevo panorama político. Aquel del presidente, el gobernador y el Jefe de Gobierno en la misma mesa, independientemente de sus orígenes, su historial, sus ideas y sus pertenencias políticas, administrando cómo sobrevivir a lo desconocido. Aquel país del "amigo Horacio" y de las charlas con Axel. Del silencio prudente de Cristina, de las encuestas por las nubes, de la oposición de Twitter.

Duró poco. Alberto Fernández, Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta no supieron ser más fuertes que los intentos de distanciarlos ni en contexto de pandemia. Las presiones externas de los sectores más radicalizados de sus espacios y las propias diferencias de criterios entre ellos bastaron para que las tensiones puedan más que las necesidades. Y, quizás, la quita del porcentaje de coparticipación que -de una manera más que cuestionable- la administración de Mauricio Macri le había otorgado a la Ciudad de Buenos Aires, para atender las necesidades salariales de las fuerzas de Seguridad amotinadas en la puerta de la quinta de Olivos fue la gota que rebalsó el vaso. "Me escribió cinco minutos antes para avisarme, ni le contesté", afirmó Larreta ese mismo día, en una conferencia de prensa que algunos advirtieron como el inicio de su campaña presidencial. Habrán festejado, por lo bajo, las "alas duras", como Patricia Bullrich, presidenta del PRO, y -¿por qué no decirlo?- aquellos peronistas que no tranzan con una idea de gobierno más dialoguista de la que implementó Cristina.

Lo cierto es que el escenario incierto de la pandemia, que venía a romper con toda estructura, finalmente resultó ser propicio para que ninguno se animara a dar el golpe del timón: el Frente de Todos expuso la semana pasada que, por lo menos hasta las elecciones de 2021, primará la unidad y por eso sentó en el mismo escenario como oradores a sus principales referentes, Alberto, Cristina, Axel, el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, y el líder de la bancada, Máximo Kirchner. Exhibidos los contrastes en los pensamientos pero, también, la prioridad de seguir juntos por mucho que duela. "Ya probamos ir separados y perdimos", decían, palabras más palabras menos. Y Juntos por el Cambio, por su parte, también logró lo que parecía imposible: no distanciarse. De hecho, formalizaron un papel mucho más digno que el del peronismo post cristinista, que pasó de hiper oficialista a ser casi voceros de Macri. Miguel Pichetto, ex titular de la bancada del Frente para la Victoria, incluso culminó siendo su candidato a vicepresidente en 2019. A decir verdad, ayudados un poco por el espanto y la oportunidad que vieron ante el intento fallido de expropiación de Vicentín para ganar un poco de espacio mediático ante la centralidad que adquirió el coronavirus, "el ala blanda", "el ala dura", los monzoístas, los larretistas, los radicales, los lilitos, los intendentes del conurbano, los hinchas de Mariú y las viudas de Macri siguen todos tirando para el mismo lado. Hay que ver hasta cuándo. 

Las elecciones de 2021 prometen, entonces, ser desafiantes para la unidad oficialista y opositora. Por eso cobra una especial centralidad la decisión de si habrá o no PASO. Los gobernadores, preocupados por la situación fiscal de sus provincias, son impulsores de cancelarlas por única vez. La oposición, que debe volver a definir sus liderazgos, no quiere ni enterarse. El gobierno, que sabe que se le reclamarán bases institucionales que se respeten independientemente de lo que le convenga al oficialismo de turno, evita sentenciar algo. Lo más probable es que decida el Congreso, principalmente la Cámara de Diputados donde no hay mayorías definidas. 

Estas elecciones también serán una vara para aquellos espacios del under de la política; los outsiders que vienen implementando, por lo general, una especie de populismo de derecha que hace mucho ruido en redes y poco en las urnas. Quizás, una elección legislativa que no decida candidatos nacionales pueda ofrecer un escenario para analizar qué tanto influyó la pandemia en el descontento de la sociedad con su clase política. 

Dentro de toda esta discusión, en dos días se debatirá en el conservador Senado la ley para acceder a la interrupción voluntaria del embarazo. Una promesa de campaña postergada por la pandemia hasta que quienes militan la legalización del aborto dieron un ultimatum al gobierno. La votación del martes será importante por muchas cosas: fundamentalmente porque decidirá la posibilidad de evitar la clandestinidad y la muerte de mujeres, pero también por lo que harán los opositores que militan la ley pero son presionados  para no darle la victoria al gobierno, y por aquellos integrantes del Frente de Todos que están dispuestos a votar en contra y quitarle el capital político al presidente, que le puso su puño y letra al proyecto.

Aún en toda esta ensalada, queda espacio para destacar que -pese al dolor que genera cada muerte que sale en los noticieros- el gobierno logró controlar con altibajos la situación sanitaria, construir hospitales modulares, evitar que se sature el sistema de salud, que siempre hayan disponibles camas de terapia intensiva y, finalmente, trajo 300.000 dosis de una vacuna. Evitaremos hablar por hoy de los sectores que cuestionan la procedencia de la Sputnik V. No vale la pena. 

Y también cabe destacar que, pese a la poca prensa que se le dio a este tema, la gestión de Martín Guzmán al frente del ministerio de Economía, logró renegociar una deuda con acreedores privados y, ahora, deberá hacer lo mismo con el FMI, sin espacio para las tradicionales recetas de ajuste. 

El panorama para el año que viene promete intensidad. Entre reformas judiciales que se exigen, la necesidad de mejorar la economía, promesas de reformas impositivas que alienten la producción y solucionar el problema de "funcionarios que no funcionan" y "ministros y legisladores que deben buscar otro laburo", el gobierno debe seguir haciendo pie en el campo minado y en lo impredecible del destino.

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