Ni las promociones, ni el congelamiento parcial de tarifas, ni los esfuerzos del sector privado por sostener el empleo alcanzaron para frenar el derrumbe. La temporada de invierno deja en evidencia la gravedad de la crisis que atraviesa el turismo argentino: la ocupación hotelera a nivel nacional no alcanza el 50%, con un promedio del 46% en la primera semana y apenas 37% en la segunda, según datos relevados por la Asociación de Hoteles de Turismo de la República Argentina (AHT).
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Los números reflejan más que una temporada floja. Expresan un cambio estructural en los hábitos de consumo turístico, producto de la caída del poder adquisitivo, el encarecimiento del turismo interno frente a destinos internacionales más competitivos, y la baja del turismo receptivo. La postal de un país que durante años encontró en sus vacaciones locales una vía de escape en tiempos difíciles, hoy muestra localidades vacías, trabajadores sin ingresos y economías regionales paralizadas.
Los datos son elocuentes. Sólo destinos como Bariloche y Villa La Angostura logran sostener cifras aceptables, con ocupación hotelera en torno al 85%, gracias a la llegada de turistas brasileños. Pero fuera de esos casos excepcionales, el panorama es sombrío: la Ciudad de Buenos Aires arrancó con un 49% de ocupación y proyecta una caída al 35% para la segunda semana. En Mendoza, la situación es directamente crítica: en la última semana de julio apenas alcanzará el 17%.
La Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) aportó otro dato preocupante: durante los feriados de junio se registró una caída del 16,6% en la cantidad de turistas y un desplome del 27,9% en el gasto, comparado con el mismo período del año anterior. El golpe sobre el consumo se traduce en consecuencias directas para uno de los sectores que más empleo genera en el país. Según la AHT, actualmente se pierden alrededor de diez puestos de trabajo por día en hoteles de todo el país.
La crisis turística no es un fenómeno aislado: es una expresión clara del deterioro del mercado interno. El freno al consumo, potenciado por la pérdida de poder adquisitivo, golpea de lleno a una actividad clave para el entramado productivo argentino. Sin turismo, las economías regionales pierden uno de sus motores principales. Y sin políticas que atiendan esta emergencia, el riesgo de un colapso estructural está cada vez más cerca.