Hace unos instantes se confirmó la noticia de que por primera vez en más de 20 años se presentará en Argentina la banda norteamericana The Fall of Troy.
El conjunto tendrá su show en Buenos Aires el sábado 7 de marzo en El Teatrito.
Las entradas ya están a la venta en la web de Passline en este enlace con cargo por servicio y en el punto de venta de Icarus vas a poder adquirir las entradas físicas sin cargo por servicio de lunes a viernes de 9 a 18 hs en Aristóbulo del Valle 104, La Boca.
The Fall of Troy: volver del caos, volver a sentirse vivos
Para Thomas Erak, la historia de The Fall of Troy siempre giró alrededor de arriesgar. Lo dice sin vueltas: “Sé grande o volvete a casa, esa era la idea, expandir cosas que ya habíamos experimentado con éxito, experimentar con cosas que no habíamos probado y mezclar todo para crear canciones bien trabajadas, piezas de arte.” Esa energía marcó su identidad desde temprano “Manipulator se sintió muy forzado, este disco se sintió natural.”
También recuerda cómo un pequeño impulso externo terminó cambiando su suerte: “La inclusión de nuestra canción en el Guitar Hero nos ayudó muchísimo, no nos pagaron nada porque era un bonus track, pero en ese momento ayudó a las ventas y a que nuestro nombre circule, fue como tener un hit.” Pero nada de eso evitó el derrumbe que marcó una época durísima: “Nunca quise que la banda se separara… estuve ahí hasta el final amargo, hasta que las ruedas se cayeron, me rompió el corazón cuando nos separamos, fue una mierda.”
Ese final llegó rodeado de excesos y decisiones que ahora mira con brutal honestidad: “Los chicos no sabían lo que hacían, para nosotros era como tomarse un Vicodin o algo así, pero en realidad estabas haciendo opioides sintéticos… después la gente empezó a fumarlo, lo que llevó a que usaran agujas…”. Y recuerda cómo se mentían para no enfrentar lo obvio: “Justificábamos nuestro consumo diciendo que lo usábamos para ser creativos, pero en realidad estábamos adictos.”
Por eso, el regreso no se siente como un simple “reencuentro”, sino como un privilegio: “Se siente como que The Fall of Troy vuelve a ser nuestra banda… ya no se trata de impresionar a nadie, se trata de que tenemos la suerte de tener esta banda de nuevo, así que intentamos tratarla con respeto.” Y empalma esa idea con el espíritu del nuevo disco: “Este álbum representa la esperanza de que las cosas pueden ser distintas, que el pasado no tiene por qué pesar siempre sobre el presente.”
Volver al estudio y al escenario también pegó fuerte a nivel emocional: “Es algo muy especial poder estar siquiera en una sala juntos, mucho menos hacer un disco juntos de nuevo o salir de gira.” Aunque esa sensibilidad convive con cierta incomodidad que todavía arrastra: “Me da síndrome del impostor, no pienso mucho en la influencia o impacto del disco, solo me gusta seguir empujando hacia lo que siempre intentamos: pensar outside the box, sacar la mejor versión de nosotros cada día.”
Mira al pasado con una mezcla de cariño, vergüenza y orgullo: cuando recuerda esas primeras épocas dice que “nos metíamos en todo de manera medio torpe, ninguno pensaba a largo plazo, solo disfrutábamos escribir y destruir cosas al mismo tiempo.” También admite que “muchas canciones viejas las escribimos como ejercicios para ver cuán raro podíamos sonar y que igual siguiera siendo pegadizo.” Y que en vivo “era caos, pero un caos controlado; había un arte en la locura.”
Esa filosofía se esparce en frases que condensan su ADN creativo: “Siempre quisimos que el disco se sintiera como si pudiera morderte”, “hay un orgullo raro en sobrevivir al desastre y seguir siendo amigos”, “todavía me pongo nervioso antes de tocar ciertas partes”, “aprendimos a valorar el espacio tanto como la velocidad”, “el silencio puede pesar tanto como el shred”, “cuando algo cae justo en vivo sabés que lograste algo mejor que la suma de las partes.”
