Hay vidas que, aunque breves, dejan una huella que parece infinita. Carlo Acutis fue una de esas almas fugaces que llegaron, tocaron el mundo con delicadeza, y se marcharon demasiado pronto, como si supieran que el tiempo no les alcanzaría pero aún así quisieran dejar todo su amor en cada instante.
Te puede interesar
Tenía solo 15 años cuando una leucemia fulminante le arrebató la vida en 2006. Sin embargo, en ese corto trayecto, Carlo supo construir algo inmenso. Amaba la informática con la misma intensidad con la que amaba a Dios. Y entre códigos y oraciones, entre pantallas y silencios, fue tejiendo una red única: creó un sitio web para recopilar milagros eucarísticos reconocidos por la Iglesia, y convirtió las redes sociales en vitrales digitales desde los que difundía su fe con naturalidad.
Lo llamaron “el influencer de Dios”, aunque no buscaba títulos. Solo quería que otros también descubrieran la belleza de creer. Su devoción no era ruidosa, era silenciosa como una plegaria al caer la tarde. Por eso, su historia caló hondo, especialmente entre los jóvenes, que lo han tomado como un faro en un mundo donde la fe suele ser un susurro entre tantos gritos.
La Iglesia lo reconoció pronto. Fue declarado venerable en 2018 y beatificado en 2020 en Asís, en una celebración llena de lágrimas, flores, y promesas. Su canonización, que habría hecho de él el primer santo del milenio digital, estaba prevista para celebrarse en la Plaza de San Pedro, durante el Jubileo de los Adolescentes. Pero con la sede apostólica vacante, esa ceremonia quedó en suspenso, aguardando al futuro papa que retomará el hilo donde quedó su historia.
Mientras tanto, Carlo permanece. No en el bullicio de las multitudes, sino en las pequeñas devociones, en las oraciones al pie de su imagen, en cada joven que encuentra en él una manera distinta de creer. Su figura sigue creciendo, no por lo que hizo, sino por lo que fue: un muchacho que supo amar, y que entendió antes que muchos adultos que la tecnología también puede ser camino de luz si se recorre con el corazón encendido.
A veces, la santidad no viene desde lo alto, sino desde el brillo breve de una estrella que, aunque se apague pronto, deja encendido el cielo por mucho tiempo.