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El micrófono del odio: Gabriel Anello, el periodista presidencial que reivindica el racismo

En una democracia sana, el racismo no se discute: se condena.

Miércoles, 07 de mayo de 2025 a las 15 08

Por Daniel Santu

Periodista, director Data Diario La Plata

Miércoles, 07 de mayo de 2025 a las 15:08

Desde uno de los medios más escuchados de la Argentina, el periodista Gabriel Anello, conocido por ser íntimo amigo de Javier Milei, lanzó al aire un mensaje cargado de odio racial y desprecio clasista que no puede pasar inadvertido ni relativizarse. En pleno prime time de Radio Mitre, llamó a Juan Román Riquelme “negro ignorante”, “burro” y “verdulero”. Pero su ataque no se limitó a una figura pública: fue una descalificación brutal hacia los pobres, los trabajadores, los que no nacieron con privilegios.

El de Anello no fue un exabrupto aislado, sino una radiografía del pensamiento que hoy empieza a institucionalizarse en ciertos sectores del poder. No se trató solo de insultos: fue una defensa explícita del racismo. Una apología de la desigualdad. Un intento deliberado por reinstalar, con absoluta impunidad, el desprecio como norma.

Lo más alarmante no es que Anello lo haya dicho. Es dónde, cómo y con qué respaldo. No es un simple troll libertario (o si). Es el periodista preferido del presidente. Un interlocutor frecuente. Un amplificador del discurso oficial. Y eso lo convierte en una figura con responsabilidad pública. Su violencia verbal, por tanto, no se reduce al ámbito mediático: es parte del clima político promovido desde arriba.

Mientras arremetía con su retórica clasista, en el mismo estudio se encontraba Federico “el Negro” Bulos. Miró en silencio. No interrumpió. No lo confrontó. Su mutismo, aunque no lo convierta en autor, sí lo deja en el terreno de los que consienten. Y en tiempos de discursos de odio, el silencio también es una forma de complicidad.

Anello insultó a Riquelme, sí. Pero también a millones de argentinos que trabajan de sol a sol, que no tienen títulos ni apellidos ilustres, pero que sostienen este país. A los que él llama “burros” y “negros”, pero que son el rostro verdadero del pueblo. Esos a los que el poder - a través de voceros como él - quiere volver a poner en su lugar: el de la humillación.

La gravedad de este episodio no se mide solo por lo que se dijo, sino por lo que representa. Porque cuando el racismo se expresa desde los medios más influyentes y en sincronía con el poder político, no se trata de una opinión: se trata de una amenaza directa al pacto democrático.

En un contexto de creciente violencia institucional y legitimación del odio, discursos como el de Anello son mucho más que provocaciones: son llamados a deshumanizar al otro. A romper el tejido social. A instalar la idea de que hay ciudadanos de primera y de segunda.

No es exagerado decirlo: cuando se naturaliza que un periodista pueda llamar “negro de mierda” a alguien por su clase o su origen, estamos ante un retroceso civilizatorio. Y si no se reacciona a tiempo —desde el periodismo, desde la política, desde la justicia—, lo que hoy es violencia simbólica puede escalar en violencia real.

Porque el odio no se queda en palabras. Se propaga. Se contagia. Se institucionaliza. Y cuando explota, ya es tarde para lamentos. Por eso, lo de Anello no puede ni debe ser tratado como una anécdota. Es una advertencia. Una alarma. Y una responsabilidad compartida.

Callar ante el racismo, venga de donde venga, es abandonarlo todo.

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