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Entradas Fiddlehead + Rival Schools Argentina 2026 Uniclub: cuándo y dónde comprarlas

Noche legendaria y de culto en Buenos Aires con la llegada de dos bandas históricas del género.

Martes, 25 de noviembre de 2025 a las 17 56

Por Cristopher Martínez

Martes, 25 de noviembre de 2025 a las 17:56

El post-hardcore tendrá una de sus noches de culto en Argentina con la llegada de Fiddlehead junto a Rival Schools.

Ambos conjuntos se presentarán el 21 de febrero de 2026 en Uniclub.

Las entradas ya es´tan a la venta en la web de AlPogo en este enlace.

 

 

Pat Flynn de Flddlehead recuerda que, al pensar críticamente en su vida, “estaba desesperado por dos cosas” y que, como hijo de militar que se mudaba mucho, “definitivamente era un buscador”. En quinto grado ya se diferenciaba de sus compañeros porque “estaba muy metido en la música”, al punto de usar la remera Incesticide de su hermano. Evoca con humor el momento en que su maestra “muy amablemente, en vez de pegarme”, lo apartó para preguntarle: “¿Sabés lo que significa esa remera?”, y luego remató con una pregunta que lo marcó: “¿Deseás molestar a la gente?”. Flynn recuerda haber respondido: “No, no deseo molestar a la gente, solo me gusta Nirvana”, y esa escena terminó en un “bueno, vamos a dar vuelta esa remera y seguimos”.

Nunca entendió por qué tenía esa necesidad de usar la remera de Nirvana, aunque reconoce que había algo de querer a su hermano y algo más personal. Recuerda escuchar “Rape Me” en loop al salir In Utero, y repetir también “Miss World” cuando su hermano trajo Live Through This. Aquella música discordante lo atraía porque “definitivamente no me sentía ajustado”, y la sensación se reforzaba cuando, como nuevo en la escuela, vivió su propio momento Forrest Gump: “alguien dijo ‘no podés sentarte acá’… y otro pibe me dijo ‘este viaje en micro era divertido antes de que subieras’”. Ser el nuevo lo dejaba fuera desde el primer día.

También arrastraba frustraciones académicas. “No sabía leer en segundo grado… y mi padre era el redactor de discursos de Colin Powell”, recuerda. Al volver a Massachusetts sufrió otra humillación cuando la maestra le pidió leer en voz alta y quedó expuesto. Mientras tanto, pasaba todos los recreos aprendiendo a leer. Pero algo cambió cuando descubrió la historia en quinto grado: “fui el único que aprobó con un 97”, al punto de que su maestra “estaba tan enojada con el resto que hizo que todos se quedaran sin recreo excepto yo”. La ironía lo perseguía: “antes era el pibe que no podía ir al recreo; ahora era el único que sí podía, pero sin nadie con quien jugar”.

Entre su amor por las imágenes discordantes —“la tapa de Incesticide es fucked up y no tiene sentido”— y su interés creciente por la historia, empezó a formarse una identidad. Su profesor Mr. Hall consolidó esa mirada crítica. Recuerda cuando les preguntó si debería llamarse “explorador” a Colón o cuando los invitó a preguntarse “¿estaba asustado cuando llegó al Caribe?”. Más adelante, los puso a debatir sobre la bomba atómica o si el gobierno sabía del ataque a Pearl Harbor. “Éramos los que tomábamos las decisiones”, dice, y esa aproximación a debatir lo enseñó a no aceptar una visión del mundo solo porque estaba en un libro.

A la vez, lidiaba con un entorno que cuestionaba sus gustos. Cuando llevó a clase la versión de Nine Inch Nails de “Dead Souls” recuerda que la profesora lo humilló diciendo: “Esto no es música. No vas a llegar a ningún lado con esto”, a lo que él pensó: “Fuck you, no sabés de qué hablás, tu música de iglesia apesta”. Nada frenaba las burlas hacia sus intereses, aunque terminó transformándolo en una forma de autodefinición: “las cosas empiezan como peyorativas, pero se convierten en un movimiento de poder desde el empoderamiento”, igual que el uso de la palabra queer.

Su crianza católica también influyó en esa identidad interrogativa. “Mis maestros eran teístas, cristianos, católicos”, dice, recordando incluso que una docente hizo llorar a su hermana por negarse a escribir un ensayo pro-vida. Sus padres, sin embargo, eran diferentes: “respetaban el ritual y el concepto de fe, pero querían que tuviera la oportunidad real de decidir”. Para ellos, exponerlo a la tradición católica era parte de darle herramientas, no de imponerle una postura. “Se trataba de que la decisión fuera totalmente mía”.

Comparado con una amiga criada por ateos estrictos, reflexiona: “sonaba tan segura y determinada en su lógica como los católicos contra los que argumentaba”, y allí reconoce que su propia formación católica le permitió desarrollar un enfoque más escéptico y secular, pero también más abierto: “mis padres querían que me convirtiera en mi propia persona”.


En paralelo, Walter Schreifels de Rivals Schools recordaba otra historia, centrada también en las influencias tempranas. “Estaba metido en el punk y el new wave. Amaba a The Smiths, Buzzcocks y Echo & the Bunnymen”, cuenta. Cuando empezó a tocar en vivo, lo marcaron Minor Threat, Negative Approach y la escena hardcore: “esas dos cosas chocaron en un sonido distinto”. En su casa, la música venía de otro lado: “mis padres eran de los 60, así que crecí escuchando Bob Dylan, Cat Stevens, James Taylor… y a los Beach Boys porque mi papá surfeaba”. Entre melodías, progresiones y letras, encontró una forma de mirar la música donde “al enchufarte a las letras llevás todo a otro nivel”.

Sobre revivir Rival Schools en 2008, dice: “esperábamos que todavía hubiera alguien allá afuera que se preocupara”, y que reencontrarse con los fans les mostró que no bastaba con tocar lo viejo: “necesitábamos armar algo creativo que llevara a otra cosa”. Con Pedals, sintió que las letras “eran más sensibles, maduras y deliberadas”, y que esta vez pudo concentrarse más en melodías y lenguaje. También retomaron ideas del famoso disco perdido: “‘Shot After Shot’ viene de esas sesiones… ‘Big Waves’ es la misma canción, pero con Ian Love tocando esta versión”.

El desafío era enorme: “crear algo que hiciera justicia al primer álbum pero también proyectara la trayectoria futura”. El título Pedals resume la sensación: “a veces estamos pedaleando cuesta arriba… hay mucho movimiento y organización”. Diez años después, todos estaban en otro lugar, y el disco refleja esa transición desde un punto de vista “fresco, dinámico y diferente”.

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