Según un informe reciente de la Fundación Observatorio Pyme (FOP), el 28% de las pymes manufactureras argentinas perdieron participación en el mercado interno durante el primer trimestre de 2025, desplazadas por el ingreso masivo de bienes importados.
Te puede interesar
La situación es alarmante. El 42% de las empresas industriales consultadas dijo sentirse directamente amenazada por las importaciones, el nivel de percepción de riesgo más alto registrado desde que la FOP comenzó a medir este indicador. El récord supera incluso los picos alcanzados en 2018 (40%) y en 2016 (39%), años también marcados por políticas de apertura.
El retroceso ya es estadístico, no solo perceptivo
Los datos muestran que la pérdida de espacio frente a los productos importados creció cinco puntos en solo tres meses: del 23% en el último trimestre de 2024 al 28% en el primero de 2025. Este nivel de desplazamiento no se registraba desde 2018 y se mantiene por encima de los niveles de crisis de 2009 y 2008.
Del “Made in Argentina” al “Hecho afuera”
Además de perder mercado, muchas pymes están abandonando directamente la producción nacional para reemplazarla por componentes del exterior. Un dato lo revela todo: mientras las ventas deflactadas del sector crecieron un 15%, la producción cayó un 3%. Es decir, se vende más, pero se fabrica menos. El fenómeno revela una sustitución peligrosa: menos industria, más importación.
A esta dinámica se suma otro golpe: la ocupación en el sector pyme cayó un 5% en el mismo período, una consecuencia directa del freno productivo y del desbalance entre vender y fabricar. Más aún, el 64% de las empresas consultadas reportaron una caída en sus ventas, lo que anticipa un deterioro aún mayor en los próximos meses.
La liberalización sin control de las importaciones tiene consecuencias inmediatas y profundas. Directamente, destruye empleo industrial, desplaza la producción local y provoca el cierre de pymes que no pueden competir con productos extranjeros más baratos, muchas veces subsidiados. Indirectamente, debilita la cadena productiva, reduce la recaudación fiscal, achica el mercado interno y genera una peligrosa dependencia externa. En lugar de modernizar la economía, la apertura indiscriminada desarma la base productiva nacional y condena al país a exportar materias primas e importar valor agregado.