Todo comenzó cuando circuló un fragmento del programa Gelatina, conducido por Pedro Rosemblat, que cuestionaba por qué la expresidenta fue condenada mientras otros dirigentes con causas abiertas ni siquiera pisan un tribunal. El video se viralizó en Instagram, y entre las miles de interacciones sobresalió un comentario de Rojas que sorprendió a sus seguidores: “Porque le dio la oportunidad de crecer a los que menos tienen y eso al poder no le gusta nada. Siempre alguien tiene que estar más abajo”.
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Lejos de pasar desapercibido, su mensaje encendió una catarata de réplicas. Una usuaria de González Catán lo cruzó sin rodeos: “¿De verdad creés que les dio oportunidades a los que menos tienen? Vivo acá hace 35 años, no tenemos cloacas ni agua corriente”. Su respuesta expuso la crudeza de la vida en muchos barrios del conurbano y desató un áspero ida y vuelta entre quienes defienden a Cristina y quienes la responsabilizan por el atraso estructural de la región.
Rojas no se calló ante la crítica. Optó por una reflexión que amplió la discusión a toda la clase dirigente: “La clase política en general es pésima. Me baso en una frase de un ministro macrista que lo reconoció de forma cruel: ‘Les hicieron creer que podían viajar y tener un celular’. El problema es de base, de todo el sistema”. Además, reconoció que la realidad actual del conurbano es incluso más grave que años atrás: “Lo del conurbano sí lo veo y tengo familia. Está peor que cuando estaba terrorífico”, remató.
El debate no quedó en Instagram: se trasladó rápidamente a Facebook y X, donde la figura del actor se polarizó entre quienes celebraron su valentía para expresar una postura incómoda y quienes lo insultaron sin reparos. Las redes, una vez más, demostraron su intolerancia y crueldad: la discusión política se transformó en agresiones personales, amenazas y descalificaciones. Lo que empezó como una simple opinión sobre justicia y poder, terminó revelando la fragilidad de cualquier intento de diálogo genuino en la arena digital.
Benjamín Rojas, que durante años evitó definirse políticamente, terminó recibiendo una clase exprés sobre el costo de opinar en tiempos de grieta feroz y redes voraces. Un comentario encendió la mecha y mostró, otra vez, que en la Argentina discutir ideas es casi un deporte de alto riesgo.