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Gritar para no rendir cuentas

La escalada violenta de Milei ya no es un exabrupto, es doctrina. En vez de gobernar, construye enemigos y refuerza el aparato represivo mientras crecen el hambre y la desigualdad.

Lunes, 30 de junio de 2025 a las 10 45

La violencia verbal de Javier Milei dejó de ser un exabrupto para convertirse en el corazón de su forma de gobernar. Lo que en campaña parecía parte de su personaje provocador, hoy es una estrategia sistemática de poder: insultar, deshumanizar y hostigar para tapar la falta de resultados concretos, mientras millones de argentinos sufren las consecuencias de un modelo brutalmente excluyente.

En medio de una crisis económica que se profundiza semana a semana, el presidente intensificó sus ataques contra periodistas, dirigentes opositores, trabajadores estatales, activistas sociales y hasta un niño con autismo. Ya no se trata de arrebatos impulsivos, sino de una maquinaria de odio amplificada desde el propio Estado, con redes sociales oficiales operando como usinas de hostigamiento y desprestigio.

Los datos sociales destrozan el relato libertario. Según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, el 10% más rico se queda con un tercio de la renta nacional, mientras el 10% más pobre accede apenas al 1,7%. Los salarios reales siguen en caída libre, las tarifas se disparan, el pan roza los $4.500 el kilo y cada día cierran más comercios y pymes. Frente a esta realidad, Milei no ofrece respuestas: ofrece enemigos.

Durante una cena partidaria en Puerto Madero, se jactó de su propia crueldad. “Sí, soy cruel, kukas inmundos”, dijo, en alusión a empleados públicos y militantes opositores. La frase, que deshumaniza a miles de personas, le valió una denuncia judicial por incitación al odio. Pero Milei no retrocede, sino que dobla la apuesta: su lógica es la del agresor impune que necesita escándalo constante para desviar la atención de su impotencia para gobernar.

El caso del niño autista Ian Moche, quien expresó su preocupación ante declaraciones discriminatorias de un funcionario, marca uno de los momentos más crueles del ciclo. Milei respondió con ataques personales y acusaciones violentas contra el periodista que lo consultó al respecto, cerrando su mensaje con el ya célebre “Nolsalp”, acrónimo de “no odiamos lo suficiente a los periodistas”.

En el día de ayer volvió a Neura: un perro lo desconoció en vivo y la escena fue tan bizarra como preocupante. A la hora de referirise al periodismo, respondió con lo único que tiene para ofrecer: una catarata de insultos contra Julia Mengolini, Romina Manguel y Axel Kicillof. Entre perros ajenos y agravios, el presidente muestra su verdadera esencia.

En este contexto, la violencia presidencial no es una falla del sistema: es su motor. Atacar para dividir, gritar para tapar, odiar para no rendir cuentas. Milei no gobierna: agrede. Y en esa lógica, la democracia, la crítica y la convivencia son vistas como obstáculos. La pregunta ya no es cuánto más va a insultar. La pregunta es hasta dónde lo vamos a dejar avanzar como sociedad.

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